24/12/10
Trabajadores de la Navidad. Invierten tiempo y dinero para compartir las costumbres navideñas con vecinos y desconocidos. Lo hacen para transmitir el espíritu único de estas celebraciones.




Papá Noel tiene traje “oficial” y vive en Morón

Una operación de rodilla a principios de mes hizo peligrar la tradición que Julio impuso en la cuadra de Vicente López al 900, en Morón. Pero él dice que esta noche igual se calzará su traje y saldrá a la vereda, para que los chicos saluden a Papá Noel.

Julio tiene 60 años y es empleado municipal. Hace 25 años, cuando trabajaba en un reparto de vino, una clienta le pidió que se disfrazara la noche del 24 porque su hija estaba por descubrir que Papá Noel era la abuela. Se puso el traje, y la ilusión de la nena sobrevivió.

“Al año siguiente se lo pedí prestado. Me disfracé para mi familia y después salí en el barrio con unos paquetitos de caramelos”, cuenta Julio. Y le gustó: las caritas de sorpresa de los chicos, las sonrisas, la alegría por tener a Papá Noel en vivo y en directo. “Después me hice un traje, que lo tengo todavía. Pero quise ir progresando –dice, como si hablara de la carrera en una empresa–. Así que le pedí uno a mi hermano que vive en Estados Unidos. Allá Navidad es en invierno, así que el traje parece una alfombra. Es hermoso, pero me muero de calor”.

Julio tiene sus dos trajes guardados 11 meses en el placard. El “oficial” made in USA será el que se pondrá hoy. El mismo que vino usando en los últimos años para llevar su performance navideña a hogares de chicos, colegios de discapacitados, a la plaza de Morón y, cada 24 después de la medianoche, a la puerta de su casa. “En una época los padres me traían los regalos para que se los diera a sus hijos. Pero ahora ya no lo hago, porque no me gusta que algunos tengan regalos y otros no”, agrega. “Hace años, a las doce menos cinco salía con un sulky, con un compañero que tocaba villancicos. La gente me aplaudía y me gritaba, pero a mis hijos les daba vergüenza”, recuerda Julio, padre de cinco.

Papá Noel “ad honorem”, como se define, tiene guardadas todas las cartitas que le dan los nenes. “Te tocan la barba, algunos lloran, otros te piden que les traigas cosas. ¿La anécdota que más recuerdo? Un día, antes de Navidad, fui a un hogar. Una chica, grande ya, que vivía enfrente, salió de su casa y me trajo una carta. Los papás estaban muy mal de plata. Y me pedía, en la cartita, trabajo para el padre. Días después la fui a ver, sin el disfraz. Le dije que tuviera fe, esperanza. Las cosas para la familia cambiaron y ella hoy se está recibiendo”, cuenta emocionado Julio, convencido de lo fundamental de su “trabajo”.